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29 de enero de 2019 09:25

Wiliam mudó su piel para revivir

William con su madre y su padre, momentos antes de dejar el hospital. Foto: Betty Beltrán / ÚN

William con su madre y su padre, momentos antes de dejar el hospital. Foto: Betty Beltrán / ÚN

Betty Beltrán
(I)

Tras un año y medio de dolores, terapias intensivas, cirugías, medicamentos, encierros… William Tibanquiza abandonó la Unidad de Quemados del Hospital Carlos Andrade Marín (HCAM), su casa desde que ingresó ahí con el 85% de su cuerpo calcinado.

Tenía todas las de perder, pero ayer, 28 de enero del 2019, cantó victoria: le dieron el alta. Estaba eufórico, se notaba en sus ojos chiquitos y colorados. En su natal Quero (Tungurahua), le esperaban con una tremenda fiesta: comida, música y voladores.

Así se recibe a los hijos pródigos y a los luchadores, menciona su madre, María Bastidas. La mujer de 60 años fue su eterna compañera en esta travesía que empezó en agosto del 2017. Desde que lo trasladaron desde Ambato a Quito, casi muerto, ella no abandona a su hijo de 33 años.

Hasta alquiló una habitación (USD 240 al mes) frente al Hospital para no alejarse del primero de sus siete vástagos. Su padre, cuando la siembra o la cosecha le daban un respiro, también se venía a Quito.

Fueron días oscuros, anota la madre. “Lo más duro fue verlo en el Hospital de Ambato, completamente quemadito, hinchado y negro; luego, en la Unidad de Cuidados Intensivos del HCAM, la fe se me esfumaba y los ruegos a mi Morenita (Virgen de Guadalupe) se multiplicaban”.

Con el paso de los meses, doña María recuerda los detalles de la desgracia ya sin mayor dolor. Todo empezó el 26 de agosto del 2017, a los 15 días de que William saliera del hogar y alquilara un cuarto en Ambato. Unos amigos de su hijo le dijeron que se había quemado, pero ella se imaginó que era algo leve, quizá por un volador. No era así.

El relato continúa el propio William: “eran como las 23:00 de un sábado y llegué de tocar de un contrato, porque soy músico; entré al cuarto y prendí la luz y no pasó nada. Cuando intenté calentar la comida de mi hijo (9 años), prendí el fósforo y explotó todito”.

El guagua también se quemó, estuvo hospitalizado seis meses y, ahora, retomó sus estudios. El más afectado fue William. Dice que no vio la candela, que solo escuchó un ‘boom’ que le pasó quemando todito. Pidió auxilio y llegó la ambulancia; media hora se sentó en el Hospital de Ambato y solo cuando se acostó en una camilla perdió el sentido.

Cuando volvió a despertar dos días después, ya en Quito, jamás se imaginó la gravedad de las lesiones; respiraba con ayuda de un montón de aparatos y comía a través de una sonda. El dolor era insoportable… “Los doctores fueron los pilares para sanar a mi hijo”, asegura doña María.

Como rememora Marco Antonio Martínez, jefe de la Unidad Técnica de Quemados y Reparadora del HCAM, William llegó con sus sistema respiratorio muy afectado y estuvo casi 40 días en Cuidados Intensivos. Luego, le colocaron pieles heterólogas, sintéticas, matrices de regeneración dérmica, expansores de tejidos. Le hicieron más de 100 operaciones, cuenta el galeno. Explica que el paciente no era afiliado al IESS, pero se benefició de la Red Pública de Salud.

Vino una complicación que debió resolver Dermatología. El jefe de Unidad, Juan Francisco Barzallo, comenta que no es común que una persona con más del 80% de quemaduras sobreviva, por eso se presentó una enfermedad autoinmune adicional; es decir, que todos los injertos que le estaban colocando empezaron a ser rechazados.

El problema se superó con medicamentos biológicos que actuaron en el área inflamada. Se cubrió el 100% de piel y se logró la cicatrización. Actualmente, William tiene una piel como guagua tierno y debe cuidarla al milímetro. Se suma una buena nutrición.

William seguirá con la música. Ese oficio lo heredó de su padre, pero él fue más allá porque se graduó en el Conservatorio de Música de Ambato y tocaba lindo la trompeta. Era el director de la banda de pueblo Willi-Sabor. También estuvo en un grupo de mariachis.

El problema que aún tiene en los labios le impedirá tocar su instrumento preferido. Pero, en la fiesta que le organizan tocará el bajo y el piano. Todo por la felicidad de volver a la tierra con su cuerpo enterito y porque vivió para contarlo.