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31 de marzo de 2021 14:27

Turbantes, una tradición en espera

Los turbantes son negros y blancos. Representan la luz y la búsqueda de ella. Foto: cortesía

Los turbantes son negros y blancos. Representan la luz y la búsqueda de ella. Foto: cortesía

Betty Beltrán
(I)

Sobre su cabeza llevan un cono de siete a ocho metros de alto. Por eso, tras el sonido del pingullo, van como si fueran en cámara lenta para equilibrar el peso durante las dos horas de la procesión de Viernes Santo.

En total son 24 turbantes o almas santas de La Merced que, por devoción, se ponen en la piel de estos personajes, para lavar sus pecados cada año. Hay otra razón: que la tradición no se diluya en el tiempo.

Stalyn Morales, excabeza de turbante del 2017, lamenta que por la pandemia no puedan salir a la procesión por segundo año consecutivo. Su tocado permanece guardado, en un sitio donde recibe bastante sol.

Eso es clave para que el alto bonete vaya haciéndose livianito. ¿Cuánto pesa? Nunca ha reparado en aquello, pero durante su elaboración siempre procura que sea el menor y así no estar penando más de lo debido durante las caminatas.

Sobre el costo del bonete, no supera los USD 30, más por las telas y las cintas, pues el cuerpo sale del chaguarquero que se consigue en el Ilaló. También van los círculos que se hacen con carrizos y sogas amarradas bien fuerte, al final se forran con tela blanca o negra.

Dentro de la procesión, rememora Morales, los 24 participantes se ubican en dos filas de 12 personas cada una. En un lado están los blancos, “aquellas almas purificadas que conocieron la luz”; y al otro, los negros, “quienes están penando
y buscando la luz”.

En la punta, abriendo el vía crucis, suelen ir los turbantes priostes, quienes incluso llevan los bonetes más altos de toda la comitiva y puede llegar hasta ocho y nueve metros. Antes, contaban los mayores, llegaban a los 12 metros.

Todo con tal de “llegar hasta el cielo” o, como dice Morales, para representar “el amor que Jesús siente por el hombre”. Quienes van a la cabeza de la procesión llevan adornos de lunas o soles, que simbolizan el infinito; mientras que, los de atrás van con cintas rojas y verdes, que muestran el arco iris.

Por muy dura que sea la travesía, los devotos deben ser turbantes por 12 años, antes de ese periodo no pueden dejar el cargo, advierte Morales. Otro requisito: ser honesto y bien comedido en el pueblo.

En Quito también hay personajes que llevan en su cabeza bonetes, aunque no tan altos como en La Merced. El Alma Santa de Patate, del color blanco; el Alma Santa de Cuenca, de café; y el Turbante de Chimbacalle, de negro, suelen participar de la Procesión de Jesús del Gran Poder del Sur, que este año volvió
a suspenderse.

Los personajes fueron rescatados para revitalizar más esta tradición que renació en 1997, rememora Steve Domínguez, líder de la agrupación. Agrega que sus conos miden alrededor de 1,50 metros de alto, y se basó en la crónica de la Semana Santa del siglo XIX de Alcide D’Orbigny, un pintor francés que fotografió a esos personajes.

Era el año de 1841 y la Semana Santa quiteña se iniciaba ocho días antes del Domingo de Ramos y se extendía toda la semana. Desde las primeras jornadas, participaban las almas santas de Patate y de Cuenca, y el turbante de Chimbacalle, personajes que, con el tiempo, se perdieron en la memoria.