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5 de agosto de 2020 13:55

El taita José Naula espera a quién curar con hierbas

Las graduaciones de los aprendices, como esta de años pasados, eran parte del trabajo de taita José.

Las graduaciones de los aprendices, como esta de años pasados, eran parte del trabajo de taita José. Foto: Cortesía

Betty Beltrán

Ya no sabe ni qué hacer. Arregla y desarregla las estanterías donde tiene los objetos que usa para sus curaciones con medicina natural. Cuando ya se cansa, el taita José Naula se cruza de brazos a esperar sentado a los clientes.

Su consultorio está en la esquina de las calles Venezuela y Olmedo, frente a la iglesia del Carmen Bajo (Centro de Quito), y a duras penas le entran tres personas a la semana. Él dice ser yachac y curar los males del cuerpo y del alma.

Incluso mantiene una escuela para formar a los futuros sanadores. Cada año tenía unos 35 alumnos, y este ciclo que arrancó en abril solo consiguió cuatro de Quito: en Guamaní, San Juan, Monjas y la zona Centro. Pero en este tiempo de covid-19 ni su fama le ayuda para atraer a los clientes, “me paso velando al aire”, aclara. Antes de la pandemia, a la semana hacía 40 curaciones; el martes acudía el grueso, con algo más de 15 personas.

La mayoría llegaba para pedir alivio a la diabetes, a la próstata, a los dolores de cabeza… Y ahora, los poquitos que atiende solo van por una dolencia en particular: estrés y estrés.

“Ese mal está de moda y les dejo sanos y buenos”, asegura José Naula. Primero les hace reír a más no poder, luego entran los masajes con una piedra ancestral y con las manos; cuando se afloja el cuello salen ruidos como si estuviera matando un cuy, dice convencido.

El trabajo dura 20 minutos, no sin antes recetarles mucha risa, escuchar música, recibir sol mañanero y beber agua de purgas frescas (hierbas de monte) durante el día y en la noche una infusión de toronjil, pata de yuyo y valeriana.

Los clientes no tienen queja, admite. Y aunque lleguen a cuentagotas, seguirá abriendo el local porque hay que seguir buscando las maneras de salir adelante, admite.

Los otros emprendedores de la casona patrimonial donde tiene el consultorio ya han cerrado los locales, pero él resistirá así deba el arriendo, de USD 360 al mes, desde abril. “Ya saldrá el dinero para ponerme al día”, agrega.

El que lo lleva peor es el taita José Demetrio, del sector de Solanda. Por la pandemia, cuenta, decidió no curar porque a su edad (60 años) ya debe tener más cuidado.

Hay otra razón para no trabajar: “la gente no tiene plata y con qué va a pagar la curación, así que preferí poner el letrero de no hay atención”. Por sus 40 años de experiencia y por el tipo de curaciones que hace, a pura vela, cada día le llegaban tres o cuatro clientes.

Igual panorama atraviesa Flavio Albán, de la Mitad del Mundo. Este taita de 65 años y 45 de experiencia cuenta que “todo está muerto y prefirió cerrar el local porque encima no tenía cómo pagar el arriendo”.

Quizá, agrega, cuando todo pase lo reinagure y siga curando a la gente del pueblo de los males del cuerpo y del alma, y siempre con los remedios de sus antepasados.