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18 de agosto de 2021 20:20

Paz, el alcalde que nadie olvida

Rodrigo Paz Delgado, en 1994, en su oficina particular. Foto: Archivo / ÚN

Rodrigo Paz Delgado, en 1994, en su oficina particular. Foto: Archivo / ÚN

Carlos Mora

Era alcalde, uno muy respetado y querido. Así que unos dirigentes de las urbanizaciones del floreciente valle de Los Chillos lo invitaron a una reunión.

El alcalde Paz esperó que los elegantes vecinos dijeran lo suyo. Una larga lista de necesidades, incluyendo agua y alcantarillado.

La respuesta del Alcalde, gustase o no a la audiencia, en la que había gente que él conocía de antaño, fue clara y firme. “No puedo ofrecer mayor cosa -dijo- porque los recursos del Municipio de Quito se destinan a los sectores populares, a la gente que más necesita. Pero les aconsejo que se unan, reúnan la plata e impulsen las obras. Ayudaremos para los estudios y algo más...”.

Paz, alcalde de Quito de 1988 a 1992, acaba de fallecer, pero ha dejado recuerdos como aquel que ilustran el tipo de funcionario que fue. La capital halló en él no el populismo sino la planificación a largo plazo para beneficio de los más necesitados.

Ese es, acaso, el principal legado que, en su faceta de alcalde, deja Rodrigo Paz, fallecido ayer en Tampa, Florida, a sus 87 años. Pero ese es solo uno de los ámbitos en los que se destacó.

Nació en Tulcán, el 20 de diciembre de 1933. Fue nieto de un coronel alfarista e hijo de don Plutarco Paz, liberal ateo y emprendedor. Y de doña Gloria Delgado: descendiente de un poeta, diplomático y revolucionario colombiano.

De niño se radicó en Quito y creció junto a su abuela paterna, mientras su padre y su madre recorrían la frontera norte o Guayaquil con sus emprendimientos.

Cursó la primaria con los hermanos cristianos de La Salle, se graduó de bachiller en el Colegio Americano y se decidió por Derecho, en la Central. Vio que las leyes no eran su campo y viajó a EE.UU. a estudiar economía en la U. de Bridgeport.

Paz brilló por su sal quiteña. Él contaba que en 1951, en el gobierno de Galo Plaza, recién graduado de bachiller, tuvo su primer contacto con la burocracia, cuando por influencia del tío político, Alfredo Peñaherrera, ministro del Tesoro, se desempeñó como “asistente de cuarta”, en esa Secretaría de Estado.

Otras experiencias en la burocracia no fueron tan “chistosas”. En 1979, el presidente Jaime Roldós lo nombró ministro de Finanzas. Una de las medidas que debió tomar fue la subida del precio de la gasolina.

En septiembre de 1980, el legislador León Febres Cordero enjuició políticamente al ministro Paz, por una reforma arancelaria, pero no consiguió su censura y destitución. Dolido por ese fracaso, retó a golpes a Paz, quien prefirió hacer honor a su apellido.

Años más tarde, construyeron una buena amistad y Paz asesoró con un equipo de expertos del municipio capitalino al líder del PSC cuando este dirigía el Municipio de Guayaquil.

Eso de ser alcalde, decía Paz, no estaba en sus planes. Lo de ser dirigente de Liga, seguramente sí. Pero esa es otra historia.

Su coideario, el expresidente Osvaldo Hurtado y otros correligionarios, le convencieron de que tenía pinta de Alcalde de Quito.

A sus 55 años llegó a la municipalidad y reemplazó al “Maestro Juanito”.

“No hay duda: Paz fue uno de los mejores alcaldes que tuvo Quito”, dice el historiador Gonzalo Ortiz.

Su popularidad como dirigente deportivo, su prestigio como empresario, su manera de ser agradable y abierta le granjearon un gran respaldo.

Tomó el Municipio en un momento clave, dice Ortiz: cuando se requería planificación y consecución de obras vitales. Y eso hizo.

Se destacan el proyecto de agua Papallacta, el plan del Trolebús (ejecutado por Mahuad), la reconstrucción de áreas patrimoniales afectadas por el sismo de 1987, a través del Fonsal.

Su liderazgo hizo que las decisiones en el Concejo se tomaran, más que por mayoría, por consenso general. Todo un sueño actual.

Don Rodrigo, Papá Oso, Negro Paz. Hasta siempre.