Rocío, la dura de la banda de pueblo
Sacando pecho dice que es músico popular y de los buenos. A los 11 años, Rocío Pachacama (Quito, 1985) comenzó a tocar en la banda La Campiña del Inca y, entre saltos y brincos, ya lleva 23 años en la carrera artística y satisfecha con lo logrado.
Es instructora en el área de Bandas de Pueblo de la Secretaría Metropolitana de Cultura. Su experiencia y su título en Pedagogía Musical le respaldan; también su carisma para trabajar con guaguas y grandes de hasta 60 y piquito.
En estas lides comenzó entonando el güiro, los platillos... En la actualidad es diestra con la trompeta y es maestra de los futuros talentos de la ruralidad.
¿De dónde le vino esa vena musical? Hace dos años descubrió que esa pasión le endosó su abuelito que había sido ruco, aquel personaje que baila al son del pingullo y los cascabeles.
Su padre, fundador de La Campiña del Inca, también influyó. De ahí que dos de sus tres hermanos se sumaron a esas andanzas musicales que florecieron en la tierra de las bandas, El Inca.
Su familia no era de esos lares, llegó de Sangolquí. No hubo lío para aclimatarse en el norte del Distrito y cuando se desbandó la primera banda de pueblo que fundó, armó otra: La Auténtica Campiña del Inca.
Como es ciento por ciento músico popular, resulta una herejía pedirle que toque un reguetón, un trap… Pero para dar gusto a la gente, lo hace aunque sin ganas. Eso sí, muere por tocar un danzante o un pasacalle. Es algo que le nace de las entrañas.
Cuando le preguntan cuántas veces ha hecho la vuelta del músico, Rocío sonríe y dice que muchísimas, pero una es memorable y siempre la recuerda. Eran las fiestas de Quito y la llevaron, junto a la banda, a tocar en una chiva y a las 02:00, una vez terminado el espectáculo en la Tribuna de Los Shyris, no hubo quién la lleve de vuelta a su casa de El Inca.
Pero ni así se alejó de las bandas de pueblo. Solo cuando se casó, con el también músico Milton Narváez, bajó la lánfor. Sin embargo, lo hizo entre comillas, porque en la actualidad se dedica a formar a los mejores músicos de pueblo y a armar la banda más grande y de élite de la ciudad. Esa labor la hace los miércoles y los sábados.
Sus tres hijos le siguen los pasos. La primera guagua, de 10 años, le entra a la danza; el mediano, de 5 años, a la música. Y el chiquito de tres quiere hacer
lo mismo.
¿Cuándo una composición? En eso anda; aspira muchas cosas. Otro sueño, que la Casa de las Bandas sea un proyecto en todo el Ecuador, porque hay que regresar a las raíces.