Quito tiene una princesa europea
Quito jamás tuvo realeza europea, pero sí una princesa que llegó de las lejanías amó y murió en esta tierra de chullas. María Cristina de Borbón-Dos Sicilias y Wittelsbach dejó su patria y se vino por estos lares solo por amor a un paisano, y se quedó para siempre.
El idilio, según cuenta el historiador Héctor López Molina, empezó en Roma, en 1948. La princesa, ya de 47 años, conoció ese año a Manuel Sotomayor-Luna y Orejuela, diplomático ecuatoriano que desde 1944 era el primer embajador ante el Vaticano. Fue un flechazo a primera vista.
La familia real de las Dos Sicilias, tras la desaparición del reino en 1861, se exilió en Madrid (España) y en 1884 nació María Cristina. Era la segunda hija de los príncipes Fernando Pío de Borbón-Dos Sicilias y María Luisa Teresa de Baviera.
Manuel vio la luz en 1884, en Quito; su padre era un rico hacendado guayaco, Manuel Sotomayor-Luna y Miró, y su mamacita la aristocrática quiteña Rosa Orejuela Arteta.
El romance marchaba viento en popa, hasta que a él le propusieron ser candidato a la Vicepresidencia del Ecuador como binomio del conservador Manuel Elicio Flor Torres. Aceptó la propuesta y la pareja apresuró su matrimonio para el 2 de mayo de 1948.
Ya en Quito, los casados echaron raíces en una residencia del aristocrático barrio La Mariscal, que para ese entonces estaba lleno de palacetes y mansiones al estilo europeo. Y fue así que la princesa recién llegada se convirtió en toda una celebridad.
En aquella época en Ecuador se elegían por separado al presidente y al vicepresidente. Manuel se convirtió en vicepresidente del candidato rival, Galo Plaza Lasso. Los enconos no faltaron. Un 26 de julio de 1949, hubo un ataque simultáneo a las casas del presidente y del vice por Julio Germán, subinspector de la Guardia Civil. Aquello desencadenó una angina de pecho en Sotomayor-Luna y para recuperarse fue a Guayaquil. Pero falleció el 16 de octubre de 1949.
A poco más de un año de haber contraído matrimonio, la princesa se quedó viuda y sin hijos. Cuando regresó de Guayaquil a Quito enterró a su esposo en la cripta de la iglesia de Santa Teresita, cercana a su mansión en La Mariscal. Allí María Cristina, que se había casado profundamente enamorada, juró nunca separarse de la tierra de su amado.
Con el tiempo, la noble se fue a vivir en la calle La Colina. Se supo que fue una mujer risueña y humilde de carácter, muy educada y que sabía cantar muy bien. Le gustaba la jardinería y tenía su propio huerto de hortalizas en casa, también era una gran lectora y jugadora experta de bridge.
Se cuenta que pasó muchos agobios económicos y que incluso llegó a vender varias de sus joyas y otros objetos de valor que había traído de Europa. Falleció en el completo anonimato, el 14 de abril de 1985, a sus 85 años. Fue sepultada junto a su esposo.
Hasta el sol de hoy, en la cripta de Santa Teresita están las dos tumbas, una sobre otra. En la placa de ella se lee: “S.A.R. Principessa María Cristina Di Borbone Delle Due Sicilie de Sotomayor Luna”.
El lugar es extremadamente frío y no hay una sola flor. Cuando se inauguró este espacio, el 2 de noviembre de 1941, había 300 nichos y mil urnas. Ahí descansan personajes como el expresidente Sixto Durán Ballén y el arquitecto Francisco Durini Cáceres. La tumba de la ilustre pareja está justo frente a un espacio destinado a los rezos de los familiares que pudieran llegar a visitarlos.