placeholder
Las Últimas
11 de marzo de 2020 12:24

Julio Álvarez es un ‘loco’ soñador

En su librería, Julio Álvarez vende verdaderas joyas: libros, monedas...Foto: Betty Beltrán/ ÚN

En su librería, Julio Álvarez vende verdaderas joyas: libros, monedas...Foto: Betty Beltrán/ ÚN

Betty Beltrán
(I)

Desde guambrito le gustaba la música nacional y contemplar a los artistas vestidos de luces. Comenzó a cantar un poquito, mucho más cuando visitó México y Argentina; pero como Julio Álvarez (Cuenca, 1935) no tuvo vozarrón, mejor se dedicó a dar una mano a los que sí tenían talento.

Y en el patio de su casona patrimonial, ubicada en la esquina de las calles García Moreno N 684 y Olmedo, levantó un escenario donde todos los sábados arma el show para que los artistas poco conocidos se fogueen. Claro que, últimamente, los espectáculos son esporádicos, pero no deja de organizarlos y soñar.

Cuenta que de chiripazo nació en Cuenca, porque su padre fue un buen militar. Y esa realidad motivó que, junto con su madre y cinco hermanitos, recorriera casi todo el Ecuador. Hasta que echaron raíces en Tumbaco, cuando aún era “un pueblo botado”, dice.

No había luz, agua… Las necesidades eran muchas, pero era feliz junto a la familia. La escuela la hizo en el mismo pueblo y para el colegio sí subió a Quito, al Montúfar, aunque se graduó en el Mejía. Su afición por la música nacional estuvo intacta.

Con sus amores, Julio posa junto a una de sus hijas y esposa. Foto: Betty Beltrán/ ÚN

Con sus amores, Julio posa junto a una de sus hijas y esposa. Foto: Betty Beltrán/ ÚN

Tiene otra afición: coleccionar monedas, estampillas, libros… Se puso la Librería Nacional en los bajos de su casona patrimonial. Hasta el sol de hoy, don Julio se dedica a la filatelia, a la numismática y a la notafilia (colección de billetes).

Tras el bachillerato, se puso un negocio de libros usados en unos quioscos de madera, ubicados tras el Palacio de Gobierno; comenzó comprando libros. En la tarde corría a la U; le apostó al Derecho. Se quedó con la licenciatura porque no terminó de hacer la tesis para doctor.

Tuvo seis hijos y es un ferviente devoto de la Virgen de Guadalupe, tanto que hasta un oratorio levantó junto a la tarima para las presentaciones de la llamada Casa del Artista, un sitio con más de 20 años de shows gratuitos.

Anteriormente administró el Teatro Puerta del Sol, en la 24 de Mayo. Pero, con tristeza dice, “como no hay motivación para el arte, las cosas se mueren...”.
Solo una de sus hijas, de profesión abogada, declaró su amor a la música. Y todo, según don Julio, porque desde guagüita la subía en unas mesas para que le echara al canto y al baile. Su querida esposa también tiene vena de artista.

Sus planes a corto plazo están claritos: seguir ayudando a difundir la música nacional y catapultar a los nuevos talentos, porque aunque canten lindo a la hora del té no tienen apoyo. Pero él seguirá al pie del cañón, como “un loco soñador” de la música nacional.