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16 de octubre de 2019 11:20

Nely, toda una pionera en restauración

Nely Peralta posa en el archivo de la parroquia El Sagrario, en el Centro de Quito. Foto: Betty Beltrán / ÚN

Nely Peralta posa en el archivo de la parroquia El Sagrario, en el Centro de Quito. Foto: Betty Beltrán / ÚN

Betty Beltrán
(I)

Ya está jubilada, pero sigue dándole a la restauración de bienes patrimoniales. A sus 71 años, Nely Peralta (Ambato, 1948) puso sobre sus hombros otro reto enorme: el rescate del archivo patrimonial de El Sagrario, parroquia del Centro Histórico de Quito.

A los 18 años echó raíces en Quito. Y aunque su mamita quería que sea profesora, ella se impuso y -tras graduarse en el Colegio Ambato- se matriculó en la Escuela de Bellas Artes de la Universidad Central del Ecuador (UCE).

El ambiente de su centro de estudios fue inigualable, recuerda. De los 120 alumnos, solo seis eran mujeres y jamás se le pegó la moda hippy, era muy tranquila.

Ni bien egresó, se casó. Como se propuso ayudar en las finanzas del hogar, entró de ‘profe’ en el colegio J.F. Kennedy; ganaba 5 sucres la hora. Paralelamente aplicó a una convocatoria que hizo la Casa de la Cultura para formar el Instituto de Patrimonio Cultural. Por méritos propios, estuvo en el grupo de los 20 escogidos.

Su primer trabajo en esas ligas fue en El Sagrario, y se trepó a la cúpula a ver cómo las fisuras dañaban la pintura. Con el reposo de los años, Nely no se explica cómo mismo se subió a semejante altura, más cuando desde los cuatro años tuvo un problema de movilidad por la poliomielitis.

De allí en más, trabajó en un millón de cosas, incluso formó alumnos, comenzando con su hija, quien siguió sus pasos. Cuando se jubiló, junto a su guagua grande creó la empresa Papirus Estudio.

Esa pasión por la restauración le llegó por su primera profesión: la pintura. Para complementar sus conocimientos hizo un posgrado a través de una beca de la OEA y se adentró en el mundo del rescate del patrimonio cultural.

Viajó harto… Creó el primer taller de restauración en el Banco Central y, al poco tiempo, la Escuela de Restauración en la UTE. Allí se quedó por 20 años como docente, pero solo dictaba clases en las noches porque en el día andaba a dos manos en otras labores.

No se cansaba porque, como ella dice, cuando se hacen las cosas que a uno le gusta no se trabaja sino que se goza. Será por eso que no hace caso a su jubilación y sigue trabajando con pasión.

Cuando la restauración le da una pausa, se introduce en la pintura. Y acude a la parroquia La Primavera (Cumbayá) para dar talleres gratuitos: tiene alumnos de 8 a 70 años y con ellos revive el amor al arte.

Entre pincelada y pincelada, a sus alumnos les cuenta que en la vida hay que ser apasionado. Y también luchar por lo que se ama.