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15 de noviembre de 2018 09:19

En Nayón hay un San Francisco

Hace cuatro años, el padre Leonardo Merino es el párroco de Nayón. Tienen una docena de perros. Foto: Betty Beltrán / ÚN

Hace cuatro años, el padre Leonardo Merino es el párroco de Nayón. Tienen una docena de perros. Foto: Betty Beltrán / ÚN

Betty Beltrán

“Son angelitos de cuatro patas”. Ni bien termina la frase, sus emociones se transforman en lágrimas. Tras unos segundos, toma un pañuelo y pide perdón por su arrebato de sensibilidad. El protagonista de la escena es el párroco rector del santuario Santa Ana de Nayón, Leonardo Merino.

Desde hace cuatro años cuida las almas de los feligreses de este sector del nororiente de Quito, y también prodiga atención y cuidado a un montón de perritos abandonados que abundan en toda la zona.

Lo hace porque son “sus angelitos” que le han traído bendiciones, no solo a él sino también a la comunidad, dice el religioso. Y agrega: “son seres de Dios, que por el abandono están indefensos y necesitados”.

En la casa parroquial hay 12 de ellos. Pero cada tarde aparecen, en la puerta de su despacho, varias decenas de perrunos; a todos les prodiga cariño y alimento.

Son tan vivos que, religiosamente calculan la hora que se pone la comida y el agua (16:00). Aparecen por las cuatro esquinas del parque que está al pie de la iglesia y de la casa parroquial. Después de comer, se van a deambular.

Cada animalito que el padre adoptó tiene su historia de abandono. La primera fue Laila. Aún pequeña, fue abandonada en la avenida Simón Bolívar; el padre iba conduciendo y del vehículo que estaba delante suyo la lanzaron por la ventana.

Aquello ocurrió hace cuatro años, justo cuando se hizo cargo de la parroquia tras 11 años de andar en misiones por Australia y varios países de Europa.

Después llegó el perro Bongó; le cayó del cielo para defenderlo de la delincuencia. Una tarde, el religioso abrió el parqueadero y unos delincuentes intentaron atacarlo, pero el animalito lo protegió.

El tercer perruno en llegar a poder del sacerdote fue Loba; la abandonaron en la iglesia, después de la misa de domingo… Y así, sucesivamente, hasta sumar 12.

Tanto perro que tiene que alimentar le deja con el bolsillo vacío, pero -como él mismo dice- “Dios provee y la feligresía no me abandona”. Le donan fundas grandes de alimento que duran ocho días; con eso y más, los tiene bien comidos y con salud. Lo mismo intenta hacer con el resto, pero son demasiados.

El religioso cuenta que Nayón se ha convertido en el lugar preferido para abandonar a las mascotas. Justo hace una semana le dejaron un gatito, pero como observó quién lo hizo de inmediato fue a devolverle y le pegó un gran sermón.

En cambio, el pasado lunes fue el turno de tres cachorros; afortunadamente los guaguas de la escuela que está junto a la casa parroquial se enamoraron de los animalitos y se los llevaron. Esas escenas de abandono son el pan de cada día en todo Nayón.

El problema es grave y si alguien cree que es exageración, el padre invita a que lo constaten dándose una vuelta por el poblado, pero en la noche. Allí verán, asegura, a un montón de perros que buscan comida en los basureros. En el día duermen en las quebradas.

Ante ello, el religioso hace un llamado a las autoridades: “Ojalá los nuevos candidatos a la Alcaldía se dejen de cosas, actúen y busquen el beneficio para estas mascotitas”. Los animalitos, agrega, están completamente desamparados y “no hay leyes que los protejan”.

Reconoce que hay gente de buena voluntad que, a brazo partido, intenta hacer lo mejor posible, pero son paños tibios y se requieren de leyes más rigurosas que sancionen a aquellos que abandonan a los animales.

Ese enorme cariño por los animalitos le llega de Dios y de San Francisco, patrono de los animales, dice categórico el padre y vuelve a llorar. Luego respira y recuerda que cuando estaba en misiones observó la dignidad con la que trataban a las mascotas en otros países y reza para que eso ocurra aquí. De rodillas le pide eso, cada día, a San Francisco.