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21 de agosto de 2018 10:01

Libran de polvo a unos librazos

Graciela Mascareño lidera el trabajo de limpieza que se realiza a los libros. Foto: Betty Beltrán / ÚN

Graciela Mascareño lidera el trabajo de limpieza que se realiza a los libros. Foto: Betty Beltrán / ÚN

Redacción Últimas Noticias

Mandiles blancos, mascarillas, guantes y gafas. Así anda un grupo de auxiliares encargados en conservar las colecciones documentales por el Archivo Metropolitano de Historia de Quito, aquel que está ubicado en el palacio de La Circasiana (avs. 10 de Agosto y Colón).

El equipo técnico, liderado por Graciela Mascareño, tiene la misión de limpiar los 15 000 volúmenes que guarda la historia de la capital. Lo primero fue hacer una rehabilitación preventiva del Libro Uno de las Actas de la Fundación.

Se prevé que todo el trabajo concluya en un mes, pues el contrato abarca 40 días, recuerda el cronista de la Ciudad, Patricio Guerra. El proceso de limpieza tiene su arte. Se hace con aspiradoras y brochas de cerdas suaves, usando la cámara de succión; todo con tal de evitar que se disperse el polvo que guarda el patrimonio documental.

Primero se retira el polvo de las tapas, el canto y el lomo. Unos 5 000 libros listos para ubicarlos en sus estanterías de madera (en total son 20 archivos de 6 pisos y 21 módulos cada uno). Aquellos de 1600 a 1800 ya fueron ordenados.

Mascareño recuerda que la limpieza en repositorios tan importantes se debería hacer por lo menos dos veces al año, incluso tener filtros de aire y luz natural para que los microorganismos no proliferen en las actas y otros documentos varios.

Pero los libros del Archivo, según cuenta, nunca se limpiaron como se debía. Por eso tienen bastante suciedad... También algunos daños físicos por manipulación e inadecuado almacenamiento, “aunque en líneas generales no hemos visto daños tan graves”, aclara Mascareño.

Patricio Guerra, el cronista de la Ciudad, está satisfecho con el trabajo. Foto: Betty Beltrán / ÚN

Patricio Guerra, el cronista de la Ciudad, está satisfecho con el trabajo. Foto: Betty Beltrán / ÚN

Antes de dar el paso a la limpieza del patrimonio documental del Archivo Metropolitano de Historia, el sitio fue rehabilitado. Todo se inició con la impermeabilización de la cubierta, para evitar filtraciones de agua. Luego, se limpió la piedra que, por la humedad, estaba llena de líquenes y suciedad.

Se hizo una renovación íntegra del sistema eléctrico. Y en los ventanales se pusieron unas láminas gruesas de vidrio para evitar el ruido y filtrar los rayos ultravioletas. Estos rayos es lo que más daña el papel de los históricos documentos que ahí se guardan.

“Eso era una bomba de tiempo”, recuerda el Cronista de la Ciudad. Es que el sitio, la antigua biblioteca de Jacinto Jijón y Caamaño, guarda mucha madera y mucho papel.

En esa intervención integral del inmueble también se preocupó por la entrada principal, cuya puerta -en la actualidad- es de vidrio y se fumigarán las polillas de todas las estanterías.

Ni siquiera todos esos trabajos impidió que la atención a los investigadores, estudiosos y personas interesadas en la historia de Quito se paralice. Cuando las colecciones fueron trasladadas hasta el Centro Metropolitano de Cultura (García Moreno y Espejo) la atención fue allí. Una vez que culminó esa obra crítica, los libros volvieron a La Circasiana, lugar donde siempre estuvieron y la atención sigue.