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22 de febrero de 2018 09:22

El último lechero del Centro de Quito

Manuel Morocho conserva el oficio de vender leche por las calles del Centro. Foto: Betty Beltrán / ÚN

Manuel Morocho conserva el oficio de vender leche por las calles del Centro. Foto: Betty Beltrán / ÚN

Betty Beltrán
(I)

Antes eran seis, ahora queda un lechero en el Centro de Quito. Su nombre es Manuel Morocho, es de Chillogallo, tiene 67 años y vende el producto ‘litreado’.

Facilito es encontrarlo. A las 07:30, por la Plaza del Teatro, cruza veloz con su coche de madera y el respectivo recipiente. A esa hora regresa luego de entregar la leche a los dueños de cuatro salones que son sus clientes fijos.

Lo de lechero le llegó ya guambrón, pues mientras estaba en la Escuela 23 de Mayo se decantó por el oficio del padre: picapedrero. Sus siete hermanos hicieron lo mismo.

Pero más adelante cambió el rumbo. A los 15 años le dio a la venta de leche. Por la década de los 60, en Quito se ofrecía el producto tal cual hoy se distribuye el gas. Tenía harta clientela en La Tola, San Juan, San Marcos y otros barrios.

El negocio

En aquellos tiempos, el litro se vendía a 20 centavos de sucre. Para enganchar más clientes, los duros del oficio daban la yapa. Y además se ponderaba de la nata, era tan gruesa que la llamaban ‘nata cuero’.

El producto llegaba de Machachi. A las 04:00 se cargaba y hasta las 11:00 se acababa. Tras el almuerzo, ya con las fuerzas recargadas, los lecheros volvían a abastecerse para el reparto de la tarde. La jornada era larga y apenas a las 20:00 se retiraban a los hogares a descansar.

En la repartición, entre 500 y 600 litros de leche se destinaban para el Centro de Quito, recuerda don Manuel, y eso sin contar con el producto de la competencia. Como la demanda subía, también se ordeñaba en la tarde para repartirlo a la mañana siguiente.

Para que no se dañe el producto lo tenían que refrigerar. El proceso de enfriamiento se hacía en plena acequia. A veces, vigilado de cerca por los empleados más comedidos.

Los feriados de Carnaval, Finados y fin de año eran temibles, pues la gente se dedicaba a consumir otros potajes o salía de la ciudad. Con el sobrante del producto se elaboraban quesos.

A los 22 años, casado con doña Enriqueta Chulca, se independizó. Su esposa, lechera por tradición, le abrió más los ojos del negocio.

Manuel se organizó lindo, tanto que formó el grupo de los primeros lecheros que se adueñó de un cucho del Mercado Central; eran como 15 y ofertaban el producto en funda plástica.

El bajón

Por los años 80 llegó la crisis de la leche cruda en Quito, todo porque le “endilgaron cosas que no son, dijeron que tenía gérmenes”, señala don Manuel.

Y se depreció el negocio; por ejemplo, de los 500 litros que vendía a diario se bajó a 250. “La gente metió bastante calilla, incluso los municipales comenzaron a quitar el producto. Hasta preso estuve”, rememora.

Actualmente, ya no hay ni huellas de la venta de antaño, aunque aún hay clientes y comercializa 120 litros diarios. La mayoría los entrega en los salones del Centro y el resto, su esposa lo vende ‘litreado’ (USD 0,70 el litro). La leche la saca de Lloa.

El trabajo es duro e incierto, quizá por eso ninguno de sus cuatro hijos se hicieron lecheritos. Ellos prefirieron estudiar en la U. Pero su padre aguanta como valiente y actualmente es el último lechero del Centro de Quito y lo dice con orgullo, sacando pecho.