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27 de septiembre de 2019 09:38

28 hijos y una gran madre

Los hijos de María Luisa Brissette en el campamento San Ignacio de Loyola, en la parroquia de Checa. Foto: Diego Pallero / ÚN

Los hijos de María Luisa Brissette en el campamento San Ignacio de Loyola, en la parroquia de Checa. Foto: Diego Pallero / ÚN

Betty Beltrán
(I)

A lo lejos se la ve frágil, pequeña y delgada. Así que la pregunta es: de dónde saca tanta garra para cuidar y dar amor a 28 hijos que tienen alguna discapacidad y enfermedad grave.

Esta madre coraje se llama María Luisa Brissette, tiene 73 años y es de Canadá. Ayer, 26 de septiembre del 2019, a las 08:30 estuvo en el portal del campamento San Ignacio de Loyola, ubicado en Checa, y con su enorme sonrisa presentó con orgullo a sus tesoros.

Todos estuvieron más felices que de costumbre, pues disfrutan de sus vacaciones anuales. Llegaron el martes desde Canadá, a conocer el país que su madre quiere tanto, porque aquí le nació la idea de adoptar a niños con discapacidades. Se irán el próximo jueves.

Corría el año 1967 y María Luisa era una de las terapistas del Servicio Universitario Canadiense, y se vino a Ecuador a formar la Escuela de Fisioterapia de la Central. Era el tiempo de la poliomielitis.

Pero ese amor por los pequeños se fraguó mucho antes, en su pueblo de la provincia de Quebec (Canadá). Allí la llamaban “la madre de los niños”, porque le encantaba cuidar a los guaguas de los vecinos.

Tras dos años de trabajo en Ecuador, regresó a su tierra y se vinculó a un centro con niños con discapacidad. Casi enseguida, volvió a migrar. Estuvo año y medio en África para enseñar fisioterapia. El drama que vio allí fue más devastador.

Luego hizo un viaje en moto de Canadá a Chile. La idea fue buscar y ayudar a niños desvalidos. Antes de echar raíces en su país, hizo su último viaje en solitario al desierto del Sahara y allí, confiesa, encontró cómo el amor puede ser tan grande.

El inicio


De ahí en más, ya en Canadá, comenzó a adoptar a sus hijos. Pensaba que serían de cuatro a cinco años, pero se encontró a Jean Benoit, de siete meses. Los médicos le habían dicho que estaría con deficiencia mental profunda y nunca caminaría o se sentaría.

Contra todo pronóstico, su primogénito tiene 37 años y es independiente. Tanto que tiene su casa y hasta su auto adaptado. Dos hijos más de María Luisa, el Manuel y el Rafael, incluso tienen carreras universitarias.

Toda su prole ha sido un regalo de Dios y jamás le asustaron, menos ahora, los problemas que tendría que enfrentar frente a la enfermedad. Su credo: jamás pensar en el mañana, solo en el aquí y ahora.

El segundo guagua le llegó enseguida. Ella, junto a Jean Benoit, estaba en el hospital de Montreal y allí le dijeron que sería bonito que tuviera la parejita. Así fue como María Luisa acogió a una pequeña de dos meses y la bautizó como Marie. Ella falleció a los 26 años de edad.

La tercera hija es Cathie, está completamente paralizada, no tiene visión, pero está bien presente, dice su madre. Y agrega que ella mira más que cualquiera que tenga la vista, “porque lo hace con su corazón”.

‘No sabe’ contar


Luego vino otro hijo y otro más… y “como no sabe contar”, le aparecieron 37 niños; 35 de ellos son canadienses, uno libanés y una rusa. Actualmente tiene 28 hijos vivos; el mayor de 37 años y la menor, de 16.

Justo con la llegada de la tercera criatura, tuvo que cambiarse de departamento y de auto. Varias veces ha trasteado los muebles, la última fue de Quebec al pueblo de St-Anselme. La casa tiene 19 cuartos y hasta una escuela.

Para el cuidado de todos los hijos, la madre recibe ayuda durante el día, aunque en la noche está sola. A veces los fines de semana tiene la colaboración de dos o tres personas. Pero enseguida agrega: “gracias a Dios, tengo buena salud”.

No solo eso, también cuenta con un espíritu grande y de buen humor. “Mi vida está con Dios y por eso puedo hacer todo esto”, repite. La gestión que hace en su fundación Les Enfants D. Amour (Niños de Amor) le da grandes respiros económicos.

Más que una madre coraje, es una madre de amor. Pero también de una extraordinaria fortaleza y valentía. ¿A qué tiene miedo, María Luisa? A nada, dice confiada. Para ella no existe la palabra rendirse.