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25 de septiembre de 2019 12:08

El ‘Sapo de agua’, su otro guagua

Inés (camiseta celeste) junto al equipo de mujeres que comenzó con el proyecto. Foto: cortesía

Inés (camiseta celeste) junto al equipo de mujeres que comenzó con el proyecto. Foto: cortesía

Betty Beltrán
(I)

‘Hola, sapita’. Así saludan a Inés Trujillo (Quito, 1976) los vecinos del barrio San Sebastián (Centro). Lo hacen con esa expresión porque ella, junto a otras mujeres, creó la Fundación Sapo de Agua.

Ese proyecto, con sus ocho años encima, es “su guagua tierno”. Desde pequeña, Inés se inclinó por el tema cultural, no en vano fue una de las más activas en el extinto Centro Cultural San Sebastián.

Cuando ese espacio desapareció, Inés tomó la posta y fundó el Sapo de Agua. No lo hizo sola, en ese empeño estuvo junto con sus tres hermanas Ivon, Belén y Carolina Trujillo, y su amiga Elizabeth Fernández.

¿Por qué escogió ese nombre? Para honrar a una de las esquinas más famosas de su barrio, la de la Loja y Quijano; allí había un sapo de agua al cual acudía la gente para recolectar el líquido.

Corría el 2010 y las activaciones de la Fundación arrancaron en plena calle, en cualquier plazoleta o en la esquina más impensada. Hasta esos puntos llevaba talleres de danza, de música… y siempre en las tardes.

Luego consiguió el acolite de la parroquia de San Sebastián y las actividades del centro cultural comenzaron a desarrollarse en uno de los salones del santuario del Señor de la Justicia. Lo que más se destacaba: música, teatro y artes gráficas.

Hubo espacios de deberes dirigidos y el comedor para más de 100 personas... Cuando las madres de familia se juntaron, se emprendieron talleres culinarios. Y el servicio de ‘catering’.

Actualmente, todas esas actividades se hacen en una casa de San Sebastián. Por eso, para no estar de allá para acá, la meta de Inés es conseguir casa propia para el Sapo de Agua.

Solo así podrá decir que su deber está cumplido. No importa el tiempo que se demore en conseguir ese objetivo, pues ella sabe que el camino es duro y quien resiste gana. Esa es su filosofía, junto con la idea de dar la mano al prójimo.

Desde cuando estudiaba en la María de Nazaret abrigaba esas ideas. Y las maduró cuando ingresó a la U. Central a la carrera de Parvularia. Su profesión se complementó con lo de gestora cultural y cerró la guardería que, inicialmente, le dio de comer.

Hoy se siente realizada, es que, además, trabaja en la parroquia de San Sebastián y en el Sapo de Agua. Se divide y está a dos manos.

Su esposo, dice, es maravilloso porque entiende lo que hace y la apoya en todas sus locuras. Cada vez que emprende una cosa, él sabe que no tendrá tiempo libre.

Diciembre es el mes más complicado, así que se apaña para no perder tiempo con los suyos. Sus tres guaguas (de 19, 17 y 13 años) también la apoyan en todo.
No hay mujer más conversona que ella, por eso jamás le falta un amigo que la llame “sapita”, “madrina”...