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8 de abril de 2020 12:32

La fe los mantiene juntos

Beatriz Yupangui, en el barrio de La Loma, en el Centro, no deja de pedir por el fin de la epidemia

Beatriz Yupangui, en el barrio de La Loma, en el Centro, no deja de pedir por el fin de la epidemia. Foto: Ana Guerrero / ÚN

Ana Guerrero

Dios permitirá que nos volvamos a ver, al pie del altar de Santa Anita, como lo hemos hecho por cerca de medio siglo. Con esta esperanza, Laura Gallo, de 80 años y una de las líderes de la cofradía de aquella imagen, reza en Semana Santa.

La mujer, nacida en el Centro de Quito y actual moradora del sur, cada día a las 18:00 ora en casa, en un altar adecuado en la segunda planta de su vivienda. Con nostalgia e incluso angustia recuerda a sus compañeros de fe, hombres y mujeres de la tercera edad. El grupo, hasta que se declaró la emergencia, se juntaba en La Catedral, antes de las 07:00, para mostrar su devoción por Santa Anita.

La mayoría es de escasos recursos. De ahí el sufrimiento de Laura, quien pese a que aún está en contacto con varios miembros, se aflige por la situación que cada uno estará atravesando en esta emergencia. Hace unos 10 años eran 302 fieles y antes de la emergencia, unos 60.

Eso sí, con quienes le llaman o ha logrado contactar han acordado rezar en la tarde, fijo. Ella lo hace, de cajón, con “la patrona de la casa”, Santa Anita. En las mañanas, en cambio, medita y escucha la misa en la radio.

Laura también es coordinadora de las verónicas de la Procesión de Jesús del Gran Poder. Ella era la encargada de llevar las uvas para la ofrenda de la eucaristía de Viernes Santo. Aun con las restricciones y la suspensión de la caminata, ella no quería fallar. Así que su familia le apoyó y las frutas llegaron a San Francisco.

Otro grupo que ha dejado de reunirse por el aislamiento es el de San Cayetano. Cada miércoles acudían a la iglesia de San Agustín, en la Chile y Guayaquil. Allí se ponía de manifiesto la devoción y solidaridad de una familia que, además de asistir a la eucaristía, tomaba lista a los asistentes fijos para, dos veces al año, entregarles víveres: en la fiesta del Santo (7 de agosto) y en Navidad. Anotaban los nombres, justamente, al pie de la imagen del Padre de la Caridad.

Una mujer es la encargada de la tarea. Ella le tomó la posta en la labor solidaria a su hermana (+), quien, por los años 50, se unió a un grupo de mujeres que ayudaba en el Ropero de San Cayetano.

“Lo que hace tu mano derecha que no lo sepa la izquierda”, responde, una vez más, al preguntarle su nombre. Ahora desde su casa, en el norte de Quito, vive la Semana Mayor pidiendo por los abuelitos, a quienes no ha vuelto a ver desde el miércoles 11 de marzo. La última vez, la mujer de 66 años registró en la lista a 122 fieles de San Cayetano.

Colocó una cruz en la puerta de su casa y sigue la misa por radio. La plegaria se replica al pie del altar del Santo, en el estudio de su hogar. Tiene otra talla en la cocina.

Los Caminantes por la Fe, unos 15 fieles de la parroquia Santo Domingo, tampoco bajan la guardia en esta Semana Santa. Aunque ya no se pueden reunir como cada martes a las 19:00, los vecinos del barrio La Loma y otros puntos aledaños, siguen en oración desde sus hogares. Algunos acordaron colocar un ramillete, de lo que tuvieran a la mano, en las viviendas para arrancar la celebración religiosa.

Beatriz Yupangui, integrante del grupo conformado hace unos 10 años, sostiene en su mano un ramito de romero y la Biblia. La mujer de 76 años, oriunda de San Sebastián, da cuenta de que antes de las restricciones por la pandemia del covid-19, las reuniones se hacían a las 19:00. Cada semana en una vivienda distinta.

Rezaban el rosario, cantaban y meditaban sobre la Palabra de Dios. Pedían por la paz y por los enfermos. Además, participaban en todo el calendario religioso de Santo Domingo, incluidas las posadas de Navidad.

Las plegarias no han claudicado, ahora lo hacen desde sus hogares, a la misma hora. Se ha sumado un clamor: que el Señor libre a la humanidad del virus.

Cada grupo se suma al pedido de que la emergencia termine. Beatriz agrega un mensaje sobre la emergencia mundial: “Tal vez es un aviso del Señor para que los seres humanos dejen la violencia, los crímenes, para que volvamos a los buenos pasos”.