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23 de octubre de 2019 10:25

Crónica de un naufragio anunciado

El 20 de octubre del 2019 se realizó el último debate televisado entre Mauricio Macri y Alberto Fernández, antes de las elecciones del 27 de octubre. Foto: EFE

El 20 de octubre del 2019 se realizó el último debate televisado entre Mauricio Macri y Alberto Fernández, antes de las elecciones del 27 de octubre. Foto: EFE

Por Sergio Gorostiaga, periodista 
Desde Buenos Aires, Argentina

A días de las elecciones presidenciales en Argentina

Ya no baila. Desaforado. El presidente Mauricio Macri, líder de la coalición gobernante Juntos por el Cambio, recorre por estos días varios puntos del país. “Sí se puede”, fue bautizado su tour de campaña. Los comicios presidenciales están allí: el 27 de octubre. Las elecciones Primarias, Abiertas, Simultáneas y Obligatorias (Paso), el 11 de agosto, fueron un golpe demoledor para las aspiraciones “macristas”. La fórmula opositora del Frente de Todos, encabezada por Alberto Fernández, un abogado y profesor de derecho penal y civil, y la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner​ como candidata a vice, alcanzó el 49,5% de los sufragios, contra 33,1% del oficialismo. Más de 16 puntos de diferencia: “Game over”, se escuchó con insistencia. En la provincia de Buenos Aires, que concentra cerca del 37% del padrón nacional, la oposición venció por 19 puntos. Con estos números, cada día es una pequeña eternidad ante la densidad de tamaña crisis, que excede lo económico. De allí la sensación de que, en términos políticos y a la espera del 27, Argentina vive el velatorio más extenso, agobiante y costoso que se recuerde.

No sorprendió la victoria opositora. Asombró su inmensidad, en porcentajes y efectos colaterales, inmediatos, dejando al desnudo la debacle de un país que hacía ya casi dos años acumulaba signos devastadores, sólo atemperados por un sofisticado “acorazado mediático” que hace sólo unas pocas semanas parece haber conocido la historia del fuego. Recientes indicadores oficiales de pobreza (del Indec y otros), hablan por sí solos: el 35,4% de la población es pobre (10.015.728 personas), mientras la indigencia llega al 7,7% (2.169.496 almas). Unos 16 millones de argentinos sumidos en la pobreza, según las múltiples variables que derivan de la medición. Los datos se detienen en junio: a fin de año la pobreza rondará en 39-40%. La población argentina supera los 44,5 millones de habitantes. Entre los jóvenes menores de 15 años, el flagelo se extiende al 52,6%, y uno de cada dos niñas y niños es pobre. Duele el aumento diario de personas en “situación de calle”; se camina esquivando seres humanos cual si fuesen despojos de un despojo. Los cálculos hablan de 4,5 millones de nuevos pobres desde que la llamada “Revolución de la Alegría” del presidente Macri llegó al poder.

El líder del frente opositor es cabeza de una confluencia de distintas vertientes de lo que en el país se denomina Peronismo, en su expresión amplia, que incluye al “kirchnerismo” como espacio de un peso inocultable, y al que se suman otras estructuras políticas más pequeñas e independientes. No alcanzó el intento por demonizar de manera absoluta la anterior etapa kirchnerista” de 12 años (2003 – 2015), que, con puntos altos, medianos y bajos, entregó un país con dificultades pero funcionando, casi desendeudado, vivo.

Fernández no deja de advertir al Ejecutivo sobre el peligro de continuar dilapidando las flacas reservas del Banco Central, que interviene a diario en el mercado para frenar, por un lado, el alza del dólar, por otro, el final anticipado de un mandatario que, aún con serias limitaciones intelectuales, no vaciló desde el primer día en repartir agravios y señalar de “corrupto” a cualquiera que pasase por allí. Las limitaciones podrían suplirse con pequeñas dosis de humildad o sensibilidad. Imposible en este caso. El gobierno no supo dosificar su odio de clase. Nada lo sosegó. Fue voraz, en todos los sentidos.

La mega-devaluación posterior a las Paso – de alrededor de 27% en un día -, provocó la escalada del precio del dólar de 42 a 60 pesos en la misma jornada, depreciándose aún más la moneda y generando enormes subas en todos los sectores, entre ellos el alimenticio. El consumo cae en picada y los precios de bienes esenciales perdieron referencia. Una inflación descontrolada desquicia la salud emocional y la calidad de vida de los argentinos: 40,3% anual en 2016, 24,8% en 2017, 47,6% en 2018 y un índice estimado en 55% para el presente año. El nuevo control de cambios, pone topes a la compra y transferencia de divisas. “Default técnico” o “selectivo”, definen los especialistas. Se estima en 58 mil millones de dólares el monto fugado de Argentina desde 2016, cifra que supera el acuerdo realizado en 2018 con el FMI, estimado en 56 mil millones (el organismo ya desembolsó casi el 80% de esta suma).

Mientras el presidente Macri continúa su tour - la sensación de vacío de poder es nítida -, el equipo de Fernández hilvana un paquete de medidas urgentes mirando a corto plazo. El 56% de la capacidad industrial instalada del país está paralizada. Desde diciembre de 2015, unas 21 mil Pymes, pequeñas y medianas empresas, han cerrado sus puertas. Se habla, con razón, de “industricidio”. Sólo entre los meses de mayo 2018-19 se perdieron 217.000 puestos de trabajo. La desocupación, medida hasta junio, trepa al 10,6% (2.100.000 personas), sin contar la subocupación.

Así las cosas, Fernández define sus dos pilares fundamentales para poner de pie al país: la urgente reactivación de la producción industrial y un retorno paulatino al consumo, moverlo, incentivarlo, sin que el único beneficiario sea la especulación financiera. Los futuros vencimientos de deuda con el FMI y los bonistas privados, obligan a una re-negociación. A la modesta “euforia” inicial le ha seguido una comprensible preocupación. Algunos sondeos y cierta percepción ante lo que se ve y escucha, indican que la fórmula de los Fernández se arrima a los 55 puntos de las preferencias. ¿Es posible el “milagro” de que el oficialismo llegue a un ballotage el 27-O? Hasta donde se sabe, la concreción del milagro obliga a un acto de contrición o arrepentimiento: sentir dolor en el alma por el daño provocado. Lejos está de verse esto. Más bien, todo lo contrario.