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30 de octubre de 2019 10:42

Cecilia Monteros, investigadora del campo

Cecilia Monteros trabajó en otra variedad de papa, la Fátima. Foto: Betty Beltrán / ÚN

Cecilia Monteros trabajó en otra variedad de papa, la Fátima. Foto: Betty Beltrán / ÚN

Betty Beltrán
(I)

Toda la vida estuvo vinculada al campo. Hasta el sol de hoy, a sus 58 años, se la ve entre cultivos de papas y hablando con los campesinos. A Cecilia Monteros, ingeniera agrónoma del Instituto Nacional de Investigaciones Agropecuarias (Iniap), siempre le encantó investigar.

Tanto que, desde guagüita hacía sus pequeños incursiones en la ciencia en su natal Machachi (Pichincha). Por ejemplo, a las flores les ponía tinte para que absorban ese preparado y cambien de color. Desde aquel entonces sabía qué profesión abrazaría en su futuro inmediato.

Para ir a la escuela y al colegio, con la familia en pleno, se movilizaba hasta el Centro de Quito; allí estudió en la Unidad Educativa La Providencia. Pero ni bien llegaba el fin de semana, nuevamente hacía maletas y volaba a la tierra de sus ancestros. Junto con sus cuatro hermanos, era completamente feliz.

Cuando salió del colegio se matriculó en la Facultad de Agronomía de la Universidad Central y en tercer año comenzó a hacer sus prácticas en el Iniap. Le encantó todo lo que allí se investigaba, y unos años después allí mismo realizó su tesis de grado sobre la deliciosa quinua.

Como era bien comedida e hizo méritos ante todos los funcionarios de la institución, de una entró como becaria y luego, desde 1989, se quedó para siempre a trabajar allí.

En el campo, esta ingeniera agrónoma  de la Universidad Central del Ecuador tiene hartos amigos que la admiran. Foto: cortesía

En el campo, esta ingeniera agrónoma de la Universidad Central del Ecuador tiene hartos amigos que la admiran. Foto: cortesía

No tardó mucho en especializarse en cultivos andinos subexplotados. Por eso se concentró, aparte de la quinua, en el amaranto y en el chocho. Investigó algunas variedades de aquellos productos, que hasta la actualidad los cultivan y se venden con éxito.

Luego estudió una maestría en Chile y en Perú. En ese lapso, en este último país le sedujo la siembra de papa y cuando volvió al Iniap se involucró con ese tubérculo. Se decantó por ese cultivo por su enorme riqueza, dice; solo en Latinoamérica hay más de 3 500 variedades.

Ha sido experta para trabajar en proyectos difíciles. Y por eso se dedicó al rescate de papas nativas, aquellas de colores y que casi nadie conoce: yanas y pucas. Ahora mismo esas variedades están en el mercado y se venden, nunca mejor dicho, como ‘papas calientes’.

Su otro mundo es la familia. Está casada y tiene tres hijos. Ninguno siguió su camino, ellos se fueron por la Medicina y la Mecatrónica. Cree que no se vincularon a la Agronomía porque todo el tiempo han visto a su madre fuera de casa y sin importar el clima.

Cuando no está en el campo, vuelve a la tierra a través del jardín que cuida junto a su casa del valle de Los Chillos. Allí tiene ese espacio vivo, incluso con árboles frutales que suele mirarlos y hasta conversa con ellos. Antes tenía unas plantas de papas, de la variedad Yema de Huevo, y también las mimaba sin pausas.