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4 de septiembre de 2018 14:17

La casa Bonilla se rehabilita

Margarita y María Mercedes Costa Bonilla son dos de los 12 herederos de la casona. Foto: Betty Beltrán / ÚN

Margarita y María Mercedes Costa Bonilla son dos de los 12 herederos de la casona. Foto: Betty Beltrán / ÚN

Betty Beltrán
(I)

Es una mansión colonial y en su fachada tiene una placa ya borrosa: “En esta casa estuvo Simón Bolívar…”. No solo eso, allí nació el amor entre El Libertador y Manuela Sáenz. Corría el año de 1822 y la joven era hija del dueño de aquel inmueble, uno de los más bellos de la Calle Real, hoy García Moreno.

Desde hace unos meses la vivienda, sostenida por 14 columnas, es rehabilitada por el Instituto Metropolitano de Patrimonio (IMP), a propósito del Plan Preservación y Embellecimiento del Centro Histórico y que se activó por la celebración de los 40 años de la Declaratoria de Quito como Patrimonio Cultural de la Humanidad, por la Unesco.

Jorge Quishpe, encargado del arreglo de la también llamada ‘Casa Bonilla’, dice que el predio tiene más de 300 años, aunque el primer registro data de 1768.

Fue una de las primeras de la cuadra. Tuvo alrededor de 20 propietarios. El último: Gonzalo Bonilla, y ahora sus herederos están empeñados en recobrar la belleza de este bien, ubicado en la García Moreno N7-74 entre Olmedo y Manabí.

Bonilla era un amante de la historia y la compró en 1978, menciona Quishpe. Lo bueno: siempre se empeñó en realzar el valor patrimonial del bien con la incorporación de bienes muebles de incalculable valor y mantuvo la tipología del predio; es decir, con los patios y las cubiertas inclinadas. Así hasta 1989.

De ahí en más, vino el deterioro de los dos pisos de la casona (1 200 metros cuadrados). Se afectaron los muros, los entrepisos, incluso una parte de la crujía nororiente colapsó. Urgía una intervención.

Los herederos se acogieron a los diferentes programas de incentivos del IMP para recuperar su emblemático inmueble. Así que los técnicos se concentraron en el apuntalamiento y la colocación de una sobrecubierta, para posteriormente liberar elementos fatigados y la conformación de la estructura para el asentamiento de la cubierta. También arreglos en la fachada principal y adecuaciones internas. El costo: USD 160 000.

Se espera que para octubre esté lista la primera fase. De allí en más, los herederos se pondrán manos a la obra para llevar adelante la segunda fase en los dos patios y 40 cuartos. Como se trata de los acabados, es lo más costosa de la obra.

Margarita Costa Bonilla, la primera nieta del último dueño de esta casa patrimonial, menciona que entre todos los 12 herederos -a la cabeza Rafael Bonilla- se pusieron de acuerdo para rescatar el predio.

Y no solo porque es una joya de Quito sino también por la memoria de su abuelito. Es que, “como él decía, la gratitud es la memoria del corazón y el mejor homenaje que le podemos hacer es reconstruir esta casa donde fue intensamente feliz, junto a toda su familia”, reitera Margarita.

Hacerlo costará un ojo de la cara. El presupuesto tentativo es de USD 700 000. Y como es una fuerte cantidad, los herederos piensan conversar con algunas instituciones para rehabilitar este bien que se hizo con mucho amor.

Porque no es justo abandonarla, y ver como este patrimonio del país, de Quito y de la familia Bonilla se deteriora poco a poco, agrega Margarita. Y cuando esté rehabilitada se la podría destinarse para un salón de eventos, un centro cultural... Eso ya se verá!!!

Y sería ideal para esos fines porque la vivienda es grande. Tanto que todos los nietos de Bonilla correteaban por sus recodos.

María Mercedes Costa Bonilla, otra de las nietas, recuerda que allí vivió varios años de su juventud y tiene maravillosos recuerdos. Incluso, se casó allí, porque habían salones de muchos colores.

El rojo: con sus tapices de terciopelo y cortinas del mismo color; en hermosura no se quedaban atrás los salones de color celeste, amarillo... Cada rincón tenía su personalidad y encanto.

Sus abuelitos eran muy tradicionales y tenían el gusto de reunir, cada domingo, a todos sus hijos y sus nietos. Unas 50 personas compartían, y no faltaba el ponche, la espumilla y el pan de mapahuira. La niñez y juventud en las faldas de sus abuelitos.

Al caer la tarde, no se cansaban de contarles, a todos sus nietos, que la casa era famosa porque allí se vivió el amor de Manuelita y Bolívar. Incluso, que en la habitación que ellos usaban, La Libertadora del Libertador le había curado las heridas al amor de su vida.