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Intercultural
25 de octubre de 2016 11:36

EL canto del animero se extingue

Enrique Angulo, de 83 años, es el actual animero de Puéllaro. Este año será el último que saldrá. Foto: Patricio Terán / ÚN

Enrique Angulo, de 83 años, es el actual animero de Puéllaro. Este año será el último que saldrá. Foto: Patricio Terán / ÚN

Betty Beltrán
(F-Contenido Intercultural)

La novena por el Día de los Difuntos comenzó ayer. Y hasta el 1 de noviembre, los animeros invocarán a las almas del purgatorio durante nueve noches y peregrinarán por las principales calles del pueblo. Con el paso del tiempo, ese personaje ha desaparecido en casi todos los sitios. En el Distrito de Quito, solo quedan en Puéllaro y en Aloguincho.

El animero tuvo origen ibérico, y decía contactar con las ánimas. Fue una figura relevante en la sociedad campesina ecuatoriana del siglo XVIII hasta el XX.
En el Distrito, los animeros se encuentran prácticamente extinguidos, indica Leonardo Zaldumbide, de la Red Ecuatoriana de Cultura Funeraria. Hay unos cuantos que ya no ejercen el oficio (jubilados), ahí está el de Tumbaco o el de Nayón.

Y ya no salen en largas procesiones porque la doctrina católica cambió; es decir, antes estaba muy metida en la cabeza de la gente la idea del castigo del alma, de la purificación. Actualmente, se habla de una espera en el amor, de un Dios más benevolente.

El segundo punto por lo que está desapareciendo el rito del animero es por el crecimiento urbano. Zaldumbide recuerda que hasta mediados del siglo XX los poblados no tenían luz eléctrica y donde la población era muy reducida y eran básicamente familias y estaban relacionadas. Y el rito era conocido y respetado por todos, y por ende la figura del animero, al punto que en el cementerio de Tumbaco había un espacio exclusivamente para estos personajes.

Antaño, a finales del siglo XIX e inicios del XX, era muy generalizado que cada pueblo tuviera su animero: en Nono, Lloa, Píntag, Atahualpa, Minas, Chabezpamba… Algunos eran tan famosos que requerían sus servicios en otros lares, así que iban de un pueblo a otro, dice Zalbumbide.

Y si el animero pierde el sentido que tuvo, asegura el especialista, la tradición tiene que desaparecer. De lo contrario “se convertirá en un teatro y la gente irá al pueblo a tomarle fotos y ya”.

¿Cómo funcionaba? El sacerdote determinaba virtudes o castigos dentro de la población; el animero no necesariamente era un virtuoso, sino alguien que tenía que purgar una pena. En otros casos, era solicitado por él mismo o era mocionado por los vecinos del pueblo.

El animero se preparaba de blanco: túnica, cráneo, campana, crucifijo. Y en el centro de camposantos hacía una ofrenda a Dios y pedía por las almas.
Y en cada esquina, este personaje tocaba la campanilla y pedía un padrenuestro y un avemaría “por el descanso y alivio de las benditas almas del santo purgatorio, por el amor de Dios”. Luego, tres campanadas quebraban el silencio de la medianoche.