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14 de marzo de 2018 10:07

En la Toca de Asís faltan manos

Los hermanos de la fraternidad son apoyados por voluntarios. Foto: Ana Guerrero / ÚN

Los hermanos de la fraternidad son apoyados por voluntarios. Foto: Ana Guerrero / ÚN

Ana Guerrero
(I)

Uno detrás de otro, sacan la cabeza por sobre el hombro de su compañero. Hasta que llega la hora de ingresar, registrarse, escuchar una charla de reflexión y alimentarse. Son más hombres que mujeres, algunos muy jóvenes, con el rostro golpeado y con la mirada distante. En la casa de los Hermanos de la Toca de Asís, en El Tejar, la escena se repite cada lunes, miércoles, jueves y sábado.

La voluntad de los hermanos de atuendo café sobra. Pero hacen falta manos y donaciones. Entre semana, son apenas cuatro religiosos y tres empleados para atender a entre 80 y 110 personas por día.

Hay labores administrativas, hay que preparar la comida, servirla, llenar los registros de los beneficiarios, hacer artesanías para vender, preparar pan...

“La gente piensa que alimentamos la vagancia”, comenta el hermano Justino Humilis. Las personas a las que ayudan viven en la calle y gran parte tiene problemas de consumo de alcohol y otras drogas. Pero los alimentos, la ropa limpia, las duchas no son el objetivo final, sino devolver la luz, dice. Claro que “el cambio es decisión de ellos”.

Hay todo un proceso para, al menos, sembrar la semilla de esa transformación. Y en la casa hay reglas claras. De entrada, quien quiere comer debe estar sobrio, no debe ser peleón y tiene que escuchar una charla (este mes el tema es El sentir del sufrimiento humano).

Del mismo modo, debe llevar una copia de cédula y del récord policial, “no importa que esté sucio”, dice el hermano Justino. Tienen hasta un mes de plazo para presentar los documentos, hasta tanto, sí pueden entrar a comer.

Y, como en el fútbol, hay tarjetas amarillas y rojas. La primera se saca cuando se quiere pasar de vivo o armar pelea. En la segunda amarilla no se le permite volver toda una semana.

Con la roja directa, que se levanta a quien golpeó a un compañero o si robó o hurtó dentro de la casa, va nomás por la sombrita.

Para estar pendiente de que se cumplan las reglas también se requieren manos. Los fines de semana, generalmente, sí hay voluntarios que apoyan. Pero entre semana, apenas dos.

Uno de ellos es Francisco Jiménez, de 42 años. Desde noviembre llega sin falta los tres días entre semana. Trabaja en una farmacia en las tardes, así que en las mañanas se pone manos a la obra. Ligerito es a la hora de servir las comidas, todas en tarrinas desechables.

Entre las personas que llegan a El Tejar está Alfredo. A sus 64 años, luego de casi toda una vida de habitar en las calles, hace 10 años conoció a la rama femenina de la Toca de Asís (La Tola) y luego llegó a El Tejar.

El padrastro era malo y golpeaba a su madre. Así que un día él decidió marcharse y empezó la vida de calle. “Primero sí trabajaba, luego me dediqué al abandono, a tomar, a fumar...”. Pero, asegura, eso quedó atrás. Ahora arrienda un cuarto con un amigo. Cada uno pone USD 30 al mes. Para conseguirlos, ayuda en un taller de muebles.

Quien aún no ha logrado salir de las calles y que cada semana está fija en el comedor es Anita. Es aún joven, con su rostro marcado y sus manos temblorosas. Su padrastro abusó de ella cuando tenía 8 años recuerda, con la voz baja.

La calle fue su casa. Luego, tuvo una pareja con quien vivió en una vivienda, y tuvo dos hijos. Pero la violencia volvió. Sus dos hijos viven con familiares y ella regresó a las calles. Anita llega a El Tejar con la esperanza de tener un hogar.

Y para ayudar a personas como Alfonso y Anita, los hermanos tienen una novedad: la repartición de refrigerios que hasta el 2017 se hacía cada 15 en calles del Centro, ahora se realiza cada semana. Los sábados, los hermanos también se dedican a vender pan en las parroquias.

La Toca de El Tejar tiene otra modalidad para completar la ayuda: un hogar en el que actualmente están cuatro hombres, donde reciben acompañamiento espiritual y psicológico. El hermano Justino apunta que quien esté interesado en ingresar es evaluado por tres semanas, para que demuestre las ganas de cambiar. En este lapso se hacen entrevistas. Cuando son admitidos, bajito tres meses no salen del hogar, para tener una etapa de desintoxicación.

Del mismo modo, aprenden los valores del hogar, como la responsabilidad, la humildad, el amor y a identificarse como personas. Pero para toda esta obra, hacen falta manos.