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31 de octubre de 2016 12:25

Hombre encontrado en el Machángara fue heladero de El Tejar

Lolito lo llamaba su familia y era de Ambato; su funeral se realizó en La Magdalena. Foto: Betty Beltrán/ ÚN

Lolito lo llamaba su familia y era de Ambato; su funeral se realizó en La Magdalena. Foto: Betty Beltrán/ ÚN

Betty Beltrán

El cuerpo que apareció el pasado jueves 27 de octubre, en la orilla del río Machángara, a la altura de la parada Jefferson Pérez del Trole, era de don Segundo Sánchez, (de 83 años), el heladero del sector de la Ipiales.
Sus familiares cariñosamente lo llamaban Lolito, es que los nietos más chiquitos no podían pronunciar abuelito. Se dejaba querer.

Don Segundo nació en Ambato, el 31 de octubre de 1933. Y a los 16, tras el terremoto de su ciudad, se vino a Quito. Aquí aprendió a hacer los helados de mora y guanábana. Durante 60 años acumuló una enorme clientela en el Centro Histórico de Quito. Trabajaba todos los días, excepto los jueves.

El inicio, como todo en la vida, fue difícil, pero le ayudó su conocimiento del trabajo en hielo. Más de una vez subió al Chimborazo para ayudar a sus abuelitos a bajar el hielo del nevado y luego venderlo en Ambato.

Comenzó a vender el helado en un tarro. Luego, se construyó un carro de madera y ahí cargaba el hielo seco. El jugo de fruta lo hacía en una pieza que arrendó por la calle Imbabura. El hielo lo compraba por el sector de la avenida Atahualpa.

Con su humilde trabajo educó a sus seis hijos (dos hombres y cuatro mujeres), algunos de ellos se enrolaron en las filas de la Policía Nacional. Y, como asegura Carlos Sánchez, el hijo mayor de don Segundo, les enseñó el valor del trabajo honrado y honesto.

Hace más o menos medio año, Lolito guardó para siempre su coche y se jubiló de la venta de helados. Un poco aburrido, pasaba en casa, pero poco a poco se iba adaptando a su nueva vida. Pero el sábado 22 de octubre, a eso de las 09:00, salió de su hogar de La Magdalena y nunca más volvió.

Sus hijos lo buscaron incansables, hasta en Ambato.

Ellos, narra Carlos, no se explican por qué se perdió su padre, qué quiso hacer, acaso le cogió la noche, quizá alguien le siguió, por qué apareció en la orilla del Machángara...

Lo único cierto es que aquella última mañana que estuvo en casa, había desayunado y luego lavado los platos. Y cuando no regresó aquel día, su familia se puso como loca y a buscarlo por todo Quito, sobre todo en el Centro Histórico, pues don Lolito se convirtió en parte del patrimonio de ese sector que conocía mejor que la palma de su mano.

Carlos dice que en el Centro todo mundo lo conocía como el heladero de El Tejar, unos le decían don Javier y otros, don Segundo. Con la pena fresca, Carlos cree que “Dios eligió a mi padre para que vaya a hacer los helados en el cielo y les brinde a los angelitos”.