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18 de octubre de 2017 08:31

Entre castillos y vacas locas

El Gremio en pleno, posa junto a su famosa vaca loca en la bajada de la calle Huancavilca, por el sector de los ‘dos Puentes’. Foto: Betty Beltrán / ÚN

El Gremio en pleno, posa junto a su famosa vaca loca en la bajada de la calle Huancavilca, por el sector de los ‘dos Puentes’. Foto: Betty Beltrán / ÚN

Betty Beltrán

De aquí para allá andan los socios del Gremio de Artesanos Pirotécnicos de Pichincha. Apuran las manos haciendo sus voladores, vacas locas y castillos para las fiestas que se avecinan. No se dan abasto con los pedidos.

La celebración más cercana es aquella de la Virgen de El Quinche, en noviembre. Marco Llugsha, presidente del Gremio, cuenta que esta es la ‘temporada alta’ del año y salta en chulla pie.

Es que en muchos barrios y pueblos de la serranía se arma la farra por la madre de Jesús, y se disparan las ventas. Los castillos de nueve metros se venden entre USD 900 y 1 300; las vacas locas, USD 50 y 150; y los voladores, USD 10 y 15 la docena. También hacen venados y toros.

Para todos los artesanos de las luces fugaces hay trabajo, para los de Machachi, Tambillo, Amaguaña, Sangolquí, Tumbaco, Pifo, Cayambe y Quito. Si al mes hacían tres castillos, para noviembre y diciembre la cuota sube a ocho.

La venta no para, es más, en diciembre se incrementa. Según Llugsha porque son las fiestas de la capital y “todo Dios quiere al menos una ternera loca”.

Durante todo ese mes no se descansa, porque en seguida viene la celebración de Navidad con sus pases del Niño y el fin de año. Hay tantos pedidos que los artesanos mayores alargan la jornada y pagan horas extras a sus ayudantes.

Llugsha tiene dos empleados, pero para esta época contrata cuatro personas más. Lo mismo hace José Cóndor, socio de Tumbaco, que de tres trabajadores que acostumbra a tener siempre sube un par más.

Para que la demanda de los últimos meses del año no les desborde, los pirotécnicos preparan con anterioridad los materiales: luces, estructuras, mechas… Es decir, el trabajo lo hacen entre marzo y mayo, meses de pocos pedidos.

Esa previsión les permite despachar en un santiamén los contratos que tienen. Hacer un castillo, con la materia primar lista puede demorar hasta dos días.
Otros agremiados, incluso, invierten menos horas. Todo gracias a la planificación, aclara Cóndor. Y subraya que está contento porque en breve todos los compañeros patentarán y etiquetarán sus productos.

Por ejemplo, él llevará el nombre de Pirotecnia Ecuador y Llugsha, Pirotecnia Luminosa. También está a las puertas el primer encuentro nacional de pirotecnia, a inicios de enero, y al cual están invitados otros agremiados: los de Tungurahua, los de Azuay, los de Cotopaxi, entre otros.

En ese encuentro dejarán bien clarito que su gremio fue el primero en legalizarse de todo el país y que la pirotecnia artesanal de Pichincha es “más que segura”.

Y ¿qué pasa con aquellas ‘tumbacasas’ o camaretas que se venden en las calles? En aquello no se meten, dicen los artistas de las luces fugaces. Que ellos se dedican a hacer voladores, vacas locas y castillos; y por ahí, si el cliente lo pide: hasta venados y toros con cachos bien filudos.